No En Mi Planeta

Porque me conozco como nunca antes lo había hecho, me escribo esta carta. Mis deditos tipean con cariño, cálida preocupación. Saben que la voy a necesitar.

Va a llegar ese momento en el que me pregunte “¿por qué mierda lo hice?”. Voy estar aterrorizada y cada posible salida estará oscura y llena de amenazas.

Voy a llorar en arrepentimiento. Que dejé una vida casi armada, que me alejé de relaciones genuinas. Que abandoné una promesa de seguridad para lanzarme al vacío. Y que una vez pasado el entusiasmo, ya sin el rush de adrenalina, no parece ser tan prometedor.

Voy a culpar a la idealización, ese va a ser mi argumento. Diré que mis expectativas fueron muy altas. Y luego tomaré esa misma idealización que culpo, y con ella voy a pintar lo que dejé atrás.

Y voy a querer correr a los brazos de la comodidad, porque aunque me ahogan son precisamente eso, cómodos.

Adormecedores.

Voy a buscar a alguien que me ayude. Que me diga exactamente lo que quiero escuchar. Que confirme la decisión que ya tomé, casi que la tome por mí de nuevo. Que me asegure que el camino que escogí es, esta vez el correcto.

Voy a pensar, por algunos minutos, que en algún planeta la validación externa vale más que la interna.

Y quizás para otros es así, pero no para mí.

No en mi planeta.

Y no lo digo de forma juiciosa, cada quien prioriza como quiere. Simplemente yo no lo hago de esa forma.

Y mientras tipeo se me escapa una sonrisa. Me doy cuenta, una vez más, ciega ante mis propios procesos, que estoy escribiendo lo que tengo que escribir.

Que voy tejiendo mentiras por un deber que yo misma me puse (aunque nunca es tan así).

Me doy cuenta de que no siento tanto miedo como el que quizás, efectivamente debería sentir.

Que ese arrepentimiento que proyecto hacia el futuro, se siente obligatorio. Y que quizás sólo me lo repito, de manera equivocada.

Que no es inevitable el arrepentirse y tampoco imperativa la culpa.

Pero así es como he vivido toda mi vida, en decisiones tomadas de forma casi arbitraria, buscando soluciones simplistas a problemas profundos.

Intentando acallar las veinte mil inquietudes que tengo con una respuesta absoluta.

Que siempre se termina quedando corta. Que nunca termina de calzar. Que es esa prenda que aunque entra, no está realmente bien confeccionada.

O que no fue confeccionada para ti.

Y mientras más tiempo pasa, más puedo ver que realmente no hay una respuesta. Que voy a pasar el resto de mi vida, de torbellino en torbellino. Saltando de una duda a otra.

Que soy más fluida de lo que alguna vez pensé posible. Que no tengo forma de amarrarme. Que probablemente soy más libre de lo que me gustaría ser.

Más desapegada de lo que el zodiaco me permite. Más voluble de lo que es estético.

La vida que estoy escogiendo es la puerta. La cruzo aceptando, abrazando por fin la persona que soy.

Como por fin haciendo las paces conmigo misma.

Aceptando que no tengo que ser el outliner de un camino tradicional.

Que puedo crear un camino completamente distinto, confeccionado por y para mí.

Entendiendo mi hambre de movimiento, de mil curiosidades, tomo mi versatilidad y en vez de detenerla, clavándole estacas y dejándola medio muerta, escojo por fin permitirle vivir.

Y como consecuencia, también me lo permito a mí.

Por fin.

Escojo ser realmente auténtica.

Lanzándome al vacío quizás nunca quise alcanzarlo. Quizás lo que tanto he perseguido ha sido permanecer en la caída.

Y quizás, ya no tengo porqué preocuparme: aunque la ruta que estoy forjando no tiene un destino concreto, el instinto me dice que voy inexorablemente a casa.



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